Hermosas casualidades.

Era un día como cualquier otro, en el que me despertaba sin sentir nada, quedándome mirando el techo hasta que sonará el despertador. Me gustaba mucho mirar al techo, pues su textura singular de pintura creaba cientos de figuras dependientes de mis sentimientos por día. Aquel día había encontrado algo particular, algo que desde hace tiempo no podía distinguir de entre las demás figuras creadas en mi techo, formadas por mi imaginación. Era una especie de corazón cocido por el medio, como si estuvieran tratando de repararlo, pero no de la mejor manera, sino de la manera que en aquel momento se necesitaba. Me quedé extrañada mirándolo, pensando en las miles de posibilidades del por qué había la intensión de reparar un corazón. Sonreí al recordar aquella historia que me había partido en dos, respire hondo, cerré los ojos, y en ese instante, apareció frente a mí la silueta de un hombre, hermosos ojos color cielo, labios color carmesí y piel de porcelana. Se acercaba lentamente a mí, esbozando una ligera sonrisa, observando minuciosamente mi rostro, mi cuerpo, mi ser y al tenerlo tan ridículamente cerca de mis labios, me entregue completamente a la curiosidad del sabor de sus labios, pero un segundo antes de fundirme en él, sonó la alarma del reloj que marcaban las 6 a.m. haciendo que abriera de golpe los ojos, encontrándome nuevamente con aquella figura. Ese día me sentía totalmente diferente a los demás días, ya no sentía la monotonía como una tortura de la vida adulta. Me sentía libre, en paz, satisfecha conmigo misma. Sentía que hoy sería el comienzo de algo especial, algo que le daría a mi vida un giro de 180 grados, algo que me demostraría que aún podía encontrar eso tan anhelado, algo que me demostrara que aún podía luchar por mis sueños, mis amados sueños. Me levante de la cama, me hice un café, salí a mi balcón a admirar la mañana que apenas se despertaba de entre las montañas, por mi mente paso una frase muy particular "Me siento infinita" y tenía razón, pues ese instante era perfecto. Tome unos sorbos de café y lo más extraño era que sabían como si fuera lo más delicioso que mi lengua hubiera probado, solté un suspiro, espere a que el sol se asomara para saludarlo con toda la felicidad del mundo, con toda la alegría que podía irradiar esa mañana y convertí ese momento en mio. 
En el transcurso del día no había pasado nada extraordinario, solo hice mi trabajo de la mejor manera y eso me ayudó a participar en ese ascenso que tanto estaba deseando, no podías estar más feliz. Al salir del trabajo, decidí caminar por un rato, pues me encantaba admirar los atardeceres, como la perfección de la naturaleza podía ser tan hermosa, plasmando su arte en las nubes, en el firmamento, haciendo que los rayos del sol pasaran por en medio de las hojas de los arboles, creando espectaculares ambientes de tranquilidad en medio de una ciudad tan estresante. Pasé por aquel parque que desde que conseguí ese trabajo quería pasar al menos una tarde entera allí, pero por el ajetreo del trabajo no se me había hecho posible. Me senté en una de las pocas bancas vacías que tenía el parque, observe lo hermoso que era ese parque. Miré los pájaros volando, otros comiendo maíz del piso, miré aquellos patos nadando en el estanque, se veían tan felices. Me dispuse a colocarme los audífonos, coloqué música en mi celular, y casi como por arte de magia, un rayo de sol llegó a mis manos. sonreí al instante. Levanté la mirada directamente a la banca de al frente, pues sentía que alguien me estaba mirando desde lejos. Era un hombre. Su mirada se me hacía conocida, pero no su rostro, era como si lo hubiera visto en algún momento de mi vida, pero no le habría puesto mayor relevancia a su existencia. Lo vi sonreír y una visión llegó a mí. No podía ser cierto. Era el mismo hombre que había visto en mis pensamientos está mañana. Quedé atónita. No podía quitarle la mirada de sus ojos azules, era tan extraño todo. El bajó la vista, se levantó de la banca, y caminaba directamente hacia mí. Estaba tan sorprendida que al momento que él se paró frente a mí, fue que recobre mis cinco sentidos, haciendo que me sintiera estúpida, tosí un poco para disimular, parpadee muchas veces, quitando mi mirada de la suya. 
- Disculpa, sé que parecerá raro, pero siento que te he visto en alguna parte, ¿Nos conocemos? - Me dijo él. Al instante negué con la cabeza, me disponía a pararme de la banca, para salir corriendo lo antes posible y le dije - No creo, debes estar confundiéndome con alguien más, lo siento. -  Me detuvo del brazo, antes de que yo pudiera caminar lo más lejos de allí. - No, estoy seguro que te he visto, yo nunca confundiría ese hermoso rostro - Sonrió. Sentí que toda la sangre de mi cuerpo subía a mis mejillas, quería hundirme en la tierra y desaparecer. No podía ser que alguien que apareció de la nada en mis pensamientos ahora este frente a mí. - Escucha - Le dije -  No sé quién eres, y yo tengo que irme ya - Bajé la mirada hacia mi reloj en mi mano derecha. Me soltó del brazo, me pidió disculpas y me dijo claramente que si nos volvíamos a encontrar era porque el destino así lo quería. Se despidió de mí con una gran sonrisa y se alejó lentamente, hasta que ya no podía divisar su espalda entre la multitud. Me dije a mi misma que nunca más lo volvería ver, que eso solo es cuestión de casualidad, o simplemente una mala jugada de cupido. 
Al día siguiente lo volví a ver. 

Comentarios

  1. Las casualidades del destino atan amores, crean sueños, divisan futuros. En mis sueños te dibujas como el eden de mi alma, tu silueta el limite de mis deseos, su sonrrisa el atardecer en las montañas, tus ojos el cafe de mis noches y tus labios, esos labios que me llevan a imaginar mundos paralelos en los que tus manos unidas a las mias recorren caminos, senderos que nos llevan a vivir sin el miedo de perdernos, de estar tan juntos como para sentir como tu corazon late al ritmo del mio, sentir tu respirar, envolverme en los risos de hermosa cabellera y con ella vivir en un eterno esperial junto a ti.

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