Él.






Yo. Solitaria en medio de la ciudad, rodeada de personas nunca antes divisadas por mi, imponiendo un espacio ocupado en el que otro no podría estar porque simplemente estoy allí, parada, esperando. Esperando lo irreal, lo intangible, lo inimaginable; admirando el lugar, observando minuciosamente el caminar de los demás. Unos deprisa, otros desganados, otros parecieran moverse por inercia. Ahí, en ese punto estoy yo. Ahí, donde mi cuerpo se ancla al suelo, pero mi mente vuela de una manera asombrosa por la estratosfera. Ahí, donde el viento despeina mi cabello y hace que de mis ojos broten ligeras lagrimas. Ahí, donde no era nadie, pero me sentía como un todo. Contemplaba el ambiente desde todos los diferentes puntos de vista posibles, o más bien, aquellos que podía crear mi mente aprovechando esa ráfaga de existencialismo, preguntándome un sin fin de cosas, pero a la vez eran tan mínimas que no me importaban lo suficiente para recordarlas al minuto siguiente. Mientras pasaban los segundos, analizaba precavida cada facción de los distintos rostros que sobresalían de la multitud, haciendo que con solo un vistazo me llamaran la atención. La mayoría llevaban preocupación en su mirar, muy pocos sonrisas enamoradizas, pero detrás de cada rostro iluminado por el amor, siempre venia uno muy serio, consumido hasta los poros por la monotonía.
En una de estas transiciones en que mi mente vuelve a la realidad y mi mirada al frente, siento un fuerte empujón en mi costado izquierdo lo que hace que me despierte de golpe y mire con desprecio. 


Él. Tan ajeno a todo. Iba acompañado de alguien, una chica, los dos se sonreían y se tomaban de las manos como dos completos enamorados. Era como si todo su mundo fuera aquella chica que se veía un poco insegura y descontenta con lo que sentía en ese preciso momento en que él la admiraba perplejo, seguro de que era todo aquello que quería en la vida. 
Al encontrarse su mirada con la mía, mi mundo se detuvo. Aluciné. Todo a mi alrededor desapareció, excepto él. Empezó a sonar una tonada muy suave, perfecto para ambientar el momento. Sus ojos brillaban, sus pupilas se dilataban a una velocidad impresionante, pasó saliva y sonrió. Y como por arte de magia empezaron a brotar colores alrededor de él, hermosos matices que me rodeaban para terminar directo en mi corazón. Suspiré. Mis manos temblaban, mi corazón palpitaba a 1000 por hora, empecé a sudar frió. Una vida nueva se abría ante mis ojos, pasaban visiones como si fuera una película con una velocidad exageradamente alta: su vida entrelazada con la mía. Una realidad alterna, otra dimensión en el que él es mi complemento y yo su felicidad, un universo paralelo en el que la chica que va a su costado soy yo. Parpadeé, abrí los ojos en su totalidad, para cerciorarme que aquello no había sido producto de mi imaginación. Para mi suerte, si lo había sido. Pues aquel chico se disculpó, sonrió vagamente y se alejo. Voltee a mirar como se refundía entre la multitud y vi como besaba a la chica y le declaraba su amor. Solté un largo suspiro. Aveces la soledad te hace alucinar cosas, pero aquello se había sentido tan real, tan tangible, tan alcanzable para mi corazón dolido.
Seguramente nos encontraremos en otra estancia. Tal ves llegue tarde a su vida, tal ves no era para mí o tal ves fue una señal, una conexión en la que su vibra sintoniza con la mía, o simplemente estoy exagerando y le doy crédito de más.

Pero, espero encontrarte en otra vida, amor.






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